Como todos los años, los católicos de Filipinas representan los últimos instantes de vida de Jesucristo dejándose clavar en cruces de madera o se flagelan hasta hacer saltar sangre en unas muestras extremas de devoción religiosa en el Viernes Santo.
Aunque la mayoría de filipinos van a la iglesia y pasan el festivo en familia, cientos de ellos se congregaron en los pueblos alrededor de la ciudad de San Fernando, al norte de Manila, para ver cómo algunos fieles se castigan a sí mismos para expiar sus pecados o pedir milagros a Dios.
Decenas de personas con el torso desnudo con sudarios negros y coronas hechas de hojas andan descalzos en las polvorientas calles, golpeando rítmicamente con varas de bambú sus espaldas ensangrentadas.
“Esto es por mi hijo, un epiléptico”, dice Joel Yutoc, con el nombre de su hijo tatuado en el pecho.
Este hombre de 31 años empezó a participar en las flagelaciones de Viernes Santo hace ocho años y asegura que, desde entonces, su hijo no ha tenido ningún ataque. En el municipio de San Juan, un hombre de pelo blanco representa a Jesucristo mientras otros dos vecinos en el papel de centuriones romanos lo llevan a un terreno elevado con unas cruces de madera.
Los espectadores graban con sus teléfonos mientras les hunden en las manos clavos de 8 centímetros y los centuriones levantan la cruz. Minutos después, los devuelven a tierra y les retiran los calvos.
“Seguiré haciendo esto mientras esté vivo, por tanto tiempo como mi cuerpo pueda hacerlo. Este es mi voto”, dice el pescador jubilado Wilfredo Salvador, de 67 años, que empezó a participar en estas crucifixiones hace 16 años tras una crisis mental. “Esto no es nada. A veces se cura después de un día y puedo lavar platos y bañarme”, asegura Salvador mirando sus heridas.
Estos actos extremos son rechazados por la Iglesia católica y las autoridades sanitarias del país, que esta semana pidió evitar “ritos que lleven a heridas físicas”… aunque muchos en el país más católico de Asia lo seguirán haciendo.